martes, 11 de septiembre de 2007

EL PERDON ES LA LLAVE DE LA FELICIDAD

  1. He aquí la respuesta a tu búsqueda de paz. He aquí lo que le dará significado a un mundo que no parece tener sentido. He aquí la senda que conduce a la seguridad en medio de aparentes peligros que parecen acecharte en cada recodo del camino y socavar todas tus esperanzas de poder hallar alguna vez paz y tranquilidad. Con esta idea, todas tus preguntas quedan contestadas; con esta idea, queda asegurado de una vez por todas, el fin de la incertidumbre.
  2. La mente que no perdona, vive atemorizada, y no le da margen al amor para ser lo que es, ni para que pueda desplegar sus alas en paz y remontarse por encima de la confusión del mundo. La mente que no perdona está triste, sin esperanzas de poder hallar alivio o liberarse del dolor. Sufre y mora en la aflicción, merodeando en las tinieblas sin poder ver nada, convencida, no obstante, de que el peligro la acecha allí.
  3. La mente que no perdona vive atormentada por la duda, confundida con respecto a sí misma, así como con respecto a todo lo que ve; atemorizada y airada. La mente que no perdona es débil y presumida, tan temerosa de seguir adelante como de quedarse donde está, de despertar como de irse a dormir. Tiene miedo también de cada sonido que oye, pero todavía más del silencio; la oscuridad la aterra, más la proximidad de la luz la aterra todavía más.
  4. La mente que no perdona no ve errores, sino pecados. Contempla el mundo con ojos invidentes y da alaridos al ver sus propias proyecciones alzarse para arremeter contra la miserable parodia que es su vida. Desea vivir, sin embargo, anhela estar muerta. Desea el perdón, sin embargo, ha perdido toda esperanza. Desea escapar, sin embargo, no puede ni siquiera concebirlo, pues ve pecado por doquier.
  5. La mente que no perdona vive desesperada, sin la menor esperanza de que el futuro pueda ofrecerle nada que no sea desesperación. Ve sus juicios con respecto al mundo, no obstante, como algo irreversible, sin darse cuenta de que se ha condenado a sí misma a esta desesperación. No cree que pueda cambiar, pues lo que ve da testimonio de que sus juicios son acertados. No pregunta, pues cree saber. No cuestiona, convencida de que tiene razón.
  6. El perdón es algo que se adquiere. No es algo inherente a la mente. Del mismo modo en que el pecado es una idea que te enseñaste a tí mismo, así el perdón es algo que tienes que aprender.
  7. Cada mente que no perdona te brinda una oportunidad más de enseñarle a la tuya cómo aprender a perdonar y a perdonarse a sí misma.
  8. Hoy es el día para aprender a perdonar. Perdonando aceptamos la llave de la felicidad y la usaremos en beneficio propio. Hoy voy a dedicar diez minutos en la mañana y diez minutos en la noche a aprender cómo otorgar perdón y también a cómo recibirlo.
  9. La mente que no perdona no cree que dar perdón como recibirlo son una misma cosa. Lo mismo es perdonar a alquien que consideramos un enemigo que a alguien que consideramos un amigo. Debemos aprender a verlos igual uno que al otro. Es más, debemos aprender a verlos iguales a nosotros mismos.
  10. Para iniciar, sería bueno pensar en alguien que no nos cae bien, alguien que nos irrite, alguien a quien lamentamos haberlo conocido, alquien que de alguna forma nos ha hecho daño.
  11. Ahora, cerremos los ojos y visualicemos a esa persona. Contemplemoslo por un rato y busquemos en esa persona algún atisbo de luz, algún pequeño destello de algo que nunca habíamos notado en ella. Tratemos de encontrar algo de bondad, algo de hermosura, en esa persona. Tratemos de encontrar, aunque sea algo de indefención, algo de niño, algo de soledad, algo de dolor... Tal vez esa persona, y posiblemente es seguro, no tuvo amor en su vida, o tuvo alguna forma de abuso o maltrato. Tal vez esa persona está muy resentida con la vida. Pero, si la miras bien, puede que veas algo tuyo en ella. Piensa que es igual a tí. Piensa que detrás de ese rostro, detrás de su hostilidad puede haber un poco de debilidad, de amargura, de resentimiento.
  12. Ahora sí estamos dispuestos a perdonar y perdonando nos perdonamos a nosotros mismos. Ahora nos hemos liberado. Ya no tenemos ataduras, ni rencores, ni resentimientos. No tenemos motivos para amargarnos y sí para alegrarnos, porque nada nos puede afectar. Somos mejor persona. Viéndonos en los demás no les haremos lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros mismos. Vamos a abrir nuestro corazón y vamos a conectarlo con nuestra mente la cual se llenará de amor, de comprensión. Ya no nos afectarán cosas de menor importancia. Hemos encontrado la llave de la felicidad: El perdón.

**Para meditar:

"Sólo alcanzan plenitud de vida quienes asimilan y practican el perdón. La única manera de drenar el veneno inyectado por otros es perdonando; de nada sirven los parapetos.

Ante las heridas que nos produzca la gente, quedaremos atrapados a menos que nos atrevamos a abrir una puerta para salir del recinto de la amargura.

Al perdonar a la persona que nos dañó, no le hacemos un favor a ella, nos lo hacemos a nosotros mismos.

Cuando perdonas sinceramente a tu agresor, la paz te inunda, aunque tu agresor no se entere; de la misma forma, cuando guardas rencor, te invade la pesadumbre, aunque igualmente tu ofensor está ajeno a lo que sientes por él.

Es terapéutico aprender a perdonar. A perdonar se aprende; no es algo instintivo ni basta con decir "ya lo olvidé".

Para perdonar a alguien se requiere: Número uno, enfrentar abiertamente el dolor por lo que nos hicieron; número dos, evaluar cuánto nos cuesta aquello que perdimos, y número tres, regalarlo en la mente a esa persona que nos dañó. Enfrentar abiertamente el dolor es reconocer que estamos heridos, que el proceder del agresor nos hizo mucho daño, y nos duele... Evaluar la pérdida, significa calibrar lo que nos quitó, hacer un recuento real de cuánto perdimos y reconocer el valor que eso tenía para nosotros. Y, por último, regalemos a nuestro agresor aquello que nos quitó, pensemos que decidimos obsequiárselo. No se lo merece, pero de cualquier modo ya no lo tenemos. Nos volveremos mentalmente en su amigo, trataremos de ponernos en sus zapatos, comprenderemos sus razones, justificaremos sus impulsos y le diremos con nuestro pensamiento: "Eso que me quitaste (sé perfectamente qué es y cuájnto me duele haberlo perdido), quiero regalártelo..." Este último paso es el verdadero perdón, es el giro definitivo, el último dígito de la combinación. Sin él, no abre la caja fuerte; con él, recuperamos nuestras ilusiones encerradas y el deseo de vivir.

El perdón es un regalo. Los regalos no se dan a alquien porque los merezca. Se dan y ya. Igual que el verdadero amor: no constituye un premio; el amor es un regalo. Los seres humanos superiores son capaces de decirle a sus hijos y a su pareja: "Te amo, no como premio a tu conducta, sino a pesar de tu conducta..." Nadie que condicione su cariño a alguien lo ama de verdad..."**

**...** Tomado del libro "La última Oportunidad" de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.




No hay comentarios: